El internet satelital evoluciona pero crea nuevos problemas

Mientras se reducen los tiempos de latencia, la proliferación de satélites de órbita baja preocupa a la NASA y molesta a los astrónomos

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Internet de muy alta velocidad en todo el mundo, incluidas las áreas sin cobertura o “zonas en blanco”, esa es la promesa del Internet satelital.

Se precisan tres elementos: una estación terrestre conectada a la red global de Internet, un satélite geoestacionario y una antena parabólica instalada en el domicilio del suscriptor que apunte hacia el satélite.

En cada búsqueda en Internet, la antena envía los datos solicitados al satélite, que a su vez los devuelve a una estación emisora/receptora conectada a Internet.

Una vez obtenida la información, los datos seguirán el camino inverso.

Los pioneros del Internet satelital operan mediante satélites en órbita geoestacionaria a más de 35.000 kilómetros de altitud.

Los datos viajan una larga distancia, generando un tiempo de latencia de tres a cinco veces mayor que el del ADSL.

Los nuevos operadores funcionan en órbita terrestre baja, en torno a los 600 km. Su ventaja es reducir el tiempo de latencia, lo que permite multiplicar los servicios en transporte, finanzas, defensa o incluso videojuegos.

Ahora es posible tener Internet en el cielo o en el mar.

Sin embargo, esto requiere muchas máquinas en órbita baja, y operadores privados están desplegando constelaciones de satélites sobre nuestras cabezas. Starlink, de SpaceX, ya lanzó miles de máquinas, así como el sistema Kuiper de Amazon.

Países como China o Reino Unido están desarrollando su propia red para preservar su soberanía.

El nuevo panorama está generando críticas. Estos satélites son más vulnerables que los geoestacionarios, en tanto los astrónomos señalan la contaminación visual en sus observaciones. La NASA teme que la proliferación de satélites aumente el riesgo de colisión en el espacio.

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