La imagen de la monarquía británica, aún frágil ante los escándalos

La familia se muestra más presente en las redes sociales, pero esos esfuerzos se han visto torpedeados por controversias recientes

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Criticada por su aparente frialdad ante la muerte de la princesa Diana, la familia real británica se esforzó desde entonces en cambiar su imagen, una empresa en la que cosechó éxitos pero que se vio ensombrecida por escándalos recientes.

En contraste con la pena que embargó a la población al enterarse de la muerte de Diana el 31 de agosto de 1997 en un accidente de coche en París, los miembros de la familia real parecieron en un primer momento distantes.

Las críticas por esa actitud fueron el acicate para que la familia de la reina Isabel II revisara su comunicación y tratara de pasar página a una década marcada por divorcios, disputas y escándalos diversos.

Un cuarto de siglo más tarde, la familia se muestra más reactiva y presente en las redes sociales y ha sabido organizar grandes eventos populares, como el jubileo de platino de la soberana en junio, por sus 70 años en el trono.

Pero esos esfuerzos se han visto torpedeados por controversias recientes, como los vínculos del príncipe Andrés (tercer hijo de la reina) con el pedófilo norteamericano Jeffrey Epstein y las acusaciones de racismo en el Palacio de Buckingham formuladas por el príncipe Harry y su esposa Meghan Markle.

“La muerte de Diana fue un torbellino que obligó a la monarquía a reorientar su imagen, a adoptar un perfil más moderno y expresivo para gustarle al público”, explica a AFP el historiador Ed Owens.

El especialista ve no obstante algunos peligros en el alejamiento de Harry respecto a su padre Carlos (heredero del trono) y a su hermano Guillermo (segundo en la línea de sucesión), así como en la gestión del caso del príncipe Andrés. Por ello, augura “tiempos difíciles” para la corona.

Cambios “imperceptibles” pero “firmes”

Después de la muerte de Diana, el Palacio de Buckingham contrató a un mayor número de expertos en relaciones públicas.

Robert Hardman, autor de “Queen of Our Times: The Life of Elizabeth II”, explica que la monarquía emprendió una “evolución” comedida, en una era marcada por la intensificación de la información en continuo y la emergencia de las redes sociales.

La monarquía “cambia lentamente, imperceptiblemente, pero firmemente y no sin razones”, apunta.

La idea era mostrar una imagen más “humana” de la reina, que a veces parecía más preocupada por sus perros y caballos que por sus súbditos.

La imagen del príncipe Carlos, a quien se reprochaba su estiramiento y arrogancia, también fue trabajada, según antiguos miembros del personal de la casa real británica.

Y Harry y William, “con esa relación fraternal idílica que mostraban”, conquistaron los corazones británicos, como lo hizo su madre.

“Aquello ayudó mucho a encarrilar la monarquía”, recuerda Owens.

El príncipe Andrés, ese “gran error”

Hardman destaca que en lugar de ocultarse “y esperar que la tormenta pase”, la monarquía británica es ahora mucho más reactiva frente a las polémicas.

Ante las acusaciones de racismo formuladas por Enrique y Meghan, la reina respondió rápidamente en un comunicado que “los recuerdos pueden variar”.

El exilio en Estados Unidos de Enrique y Meghan en 2020, no obstante, hizo daño, porque “privó a la monarquía de uno de sus salvadores”, dice Owens, que considera que la partida de Enrique fue “una gran pérdida”.

Meghan, una exactriz estadounidense, mestiza, “también encarnó algunas de las virtudes que Diana trató de proyectar”, añade, como su forma de expresar sus emociones y de mostrarse “sensible a las preocupaciones de la gente corriente”.

Pero el mayor daño fue ocasionado por la gestión de la crisis en torno al príncipe Andrés, a menudo presentado como el hijo predilecto de la reina.

Acusado de agresión sexual en una ramificación del caso Epstein, Andrés puso fin al litigio pagando millones de dólares en un acuerdo extrajudicial.

Un mes más tarde, la reina fue criticada por haber dejado que la acompañara a una ceremonia en honor a su difunto marido, el príncipe Felipe.

Según Ed Owens, ese fue “el gran error” de la monarca de 96 años en las dos últimas décadas, que recuerda los fallos de la época de Diana.

“Es posible que la reina no haya aprendido la lección de finales de los años 1990 tan bien como hubiera podido hacerlo”, apunta.

El historiador piensa que “trampas” similares acechan a Carlos, criticado por sus polémicas donaciones a asociaciones o por declaraciones consideradas poco acordes con las de un futuro monarca.

Contrariamente a su madre, a Carlos le falta “sutileza” y “eso planteará problemas”, dice Owens.

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