Buena convivencia de vecinos – El Profe Show

He escuchado un sinfín de testimonios y visto docenas de videos por diferentes plataformas. Hay lugares donde no se puede dormir por la bulla constante que deviene en violencia, entendiendo que todos caben en el mismo saco y que nadie tiene que levantarse a estudiar y trabajar. En otros casos se ve gente reclamando “sus derechos”

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He escuchado un sinfín de testimonios y visto docenas de videos por diferentes plataformas. Hay lugares donde no se puede dormir por la bulla constante que deviene en violencia, entendiendo que todos caben en el mismo saco y que nadie tiene que levantarse a estudiar y trabajar. 

En otros casos se ve gente reclamando “sus derechos” pasando impunemente por encima del derecho de los demás, olvidando que el hecho de comprar algo no le otorga patente de corso para pasar por encima de las buenas costumbres de una comunidad que existía antes de usted llegar.

No es un asunto de clases sociales, ni de apellidos sonoros, ni de preferencias musicales. En todas partes hay gente chismosa, metida, impertinente, grosera, bullosa, mala paga y poco higiénica.

La buena o mala educación se demuestra con sus vecinos y la forma en que interactúa con ellos. Yo he tenido la gran bendición de vivir rodeada de excelentes vecinos.  Como cabeza de hogar con dos niñas, para mí siempre fue muy importante sentirme parte de una comunidad donde nos cuidáramos todos y que se preocuparan lo suficiente para llamarnos si sentíamos que algo no estaba bien. Y gracias a Dios lo he tenido.

Cuando mis hijas crecían, las mañanas eran un caos. Había que bañar, vestir, peinar, preparar desayuno y merienda antes de las 7 a.m. para intentar llegar temprano al colegio. Lo anterior multiplicado por dos cabezas con cabellos tropicales y eventuales pataletas que retrasaban el horario de salida, con margen muy estrecho, lo que aumentaba los gritos y el estrés.

En ese “juidero” aparecía doña Josefina todas las mañanas. De lunes a viernes, con sonrisa beatífica, se cruzaba a mi casa con su taza de café y ayudaba en lo que podía.  Calmaba llantos, limpiaba mocos y hacía moños y colitas. Lo que fuera necesario para que esta madre desbordada saliera con los zapatos en la mano a intentar llegar temprano dando ejemplos de puntualidad y responsabilidad a sus hijas.  Sé que es una situación que se repite por millones en este país y en todo el mundo, lo que quiero ilustrar es la bondad de esta señora que pudiendo tomar su café con calma, prefería ayudar a una vecina en apuros. 

Con mis hijas en bachillerato me mudé a otro lugar y doña Josefina emigró hacia los Estados Unidos. Todas las semanas llama sin falta para preguntar por las “niñas” convertidas en dos profesionales que siempre salen desayunadas, arreglan sus camas y llegan temprano a sus trabajos gracias al ejemplo que recibieron.  Mi deuda con “doña”, como le dicen mis hijas, es eterna.

Desde hace 10 años vivo en otro lugar donde encontré vecinos que ya tenían 20 años residiendo en el edificio.  Me aceptaron con cariño y creo haberles devuelto en lo posible su amabilidad y apertura. Desde luego no somos perfectos, hemos tenido desacuerdos y desavenencias, pero siempre hemos intentado poner el bien de la comunidad por encima de las preferencias personales. Pagamos a tiempo nuestras contribuciones, acostumbramos a avisar cuando alguno sale de viaje o cuando se va a realizar alguna actividad que provoque ruidos. 

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Creo que de eso se trata la buena vecindad. En estar ahí para colaborar y hacer nuestros días más llevaderos, en la consideración y el respeto con los que nos tratamos. Los vecinos muchas veces llegarán primero que la familia a asistirnos cuando algo nos pasa y se quedan en nuestro corazón cuando se van.

Procure dejar el mejor de los recuerdos donde vive. Y trate de ser el mejor vecino posible para otros y vea cómo ese comportamiento se multiplica. Deje ese ejemplo de vida a sus hijos, que la buena educación nunca sobra y vivir con tranquilidad es una bendición.

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