Festival de Aves en el Patronato Nacional de Ciegos

Es la primera vez que personas con discapacidad visual participan en este festival

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Durante el Festival de las Aves Endémicas del Caribe de este año programamos varias actividades, todas respetando el principio de que las aves deben enterarse de la existencia de la actividad. Es decir, que las actividades realizadas tengan algún impacto real en  la vida de las aves. Por eso creamos varios Mini Refugios de Vida Silvestre e instalamos nidos artificiales para especies endémicas que anidan en cavidades. Pero la actividad más gratificante fue la que realizamos con los estudiantes del Patronato Nacional de Ciegos. Tuvimos un primer encuentro en la sede del Patronato, en el cual oímos el canto de varias de nuestras aves, incluyendo el de algunas endémicas. Luego fuimos al Campus de la UASD, para provocar la reacción de las aves  usando las grabaciones de sus cantos.

En el primer encuentro no se sabía quién estaba más impresionado, ellos o yo. Al parecer, la posibilidad de identificar a las aves por el canto y aprender sobre su comportamiento les resultó más excitante de lo que esperaban. A mi me sorprendió, además de su entusiasmo y su interés por el tema, lo mucho que conocían sobre la fauna y otros temas ecológicos y de conservación. Recuerdo que una de las participantes confesó que era fanática de los videos sobre la naturaleza y que los escuchaba con frecuencia. Vianny, una de las más entusiastas, propuso crear un grupo de Whatsapp y me pidió permiso para grabar el encuentro y publicarlo en su canal de YouTube. Luego sembramos en el jardín de la escuela un arbusto nativo (Hamelia patens) que atrae a los zumbadores y a muchas otras aves. Gabino Ortiz, uno de los participantes, me pidió un arbusto para sembrarlo en su casa.

El encuentro en la UASD comenzó con un concierto de violín que nos ofreciera Luis A. Morales, uno de los participantes del Patronato que pasó un año estudiando música en la Universidad de Missouri. Fue una actividad provechosa y muy divertida tanto para los estudiantes como para los profesores. La segunda actividad se realizó en el Jardín Botánico de Santiago, con la filial del Patronato en esa ciudad. Trabajamos con un número mayor de participantes, cerca de veinte, y en un hábitat mucho más propicio, con una gran variedad de aves. Además, los técnicos del Jardín colaboraron intensamente con la actividad.

La actividad más reciente tuvo lugar este mes en Bonao con los miembros del Patronato en esa ciudad. El encuentro se realizó en una finca y aumentó el número de participantes y el entusiasmo. Estuvimos conversando alrededor de tres horas sobre las aves y un montón de temas relacionados, ya que los participantes se opusieron a que hiciéramos un receso. De nuevo me sorprendió lo mucho que saben sobre las aves y su relación con la cultura de los dominicanos.

El interés del Patronato es que se repita la actividad en sus sedes a nivel nacional. La conservación de las aves endémicas de nuestra isla es un deber ciudadano, pero es, al mismo tiempo, un derecho que asiste a todas las personas y nadie debe ser excluido. Iniciar a los no videntes en actividades relacionadas con la observación y conservación de las aves constituye una verdadera inclusión significativa y relevante.

Observar aves es un pasatiempo enriquecedor y terapéutico, que puede practicarse a cualquier edad y contribuye a incrementar la autoestima de las personas que lo practican. Es una forma divertida de aprender y hacer amigos y al mismo tiempo contribuir a la conservación de especies de aves que solo existen en nuestra isla. Es esperanzador saber que el Patronato piensa incorporar esta experiencia con las aves a su programa regular de actividades.

Es la primera vez que no videntes participan en este festival y esperamos que no sea la última. Confiamos, además, que esta iniciativa sea imitada por los más de 20 países en los cuales se celebra dicho festival.

La idea de iniciar a los no videntes en la identificación de las aves mediante el canto se me ocurrió a principios de los noventa, cuando asistía a un curso de monitoreo de aves, auspiciado por US Forest Service en el Parque Internacional La Amistad, un parque transfronterizo creado por los gobiernos de Costa Rica y Panamá. Los participantes eran hispanoamericanos y los instructores pertenecían a agencias norteamericanas vinculadas al estudio y conservación de las aves.

Uno de los instructores era muy bueno identificando a las aves por el canto. Era impresionante su capacidad para reconocer un ave solo con oír un par de trinos. En una ocasión le comenté, con algo de ironía: “Pero el trabajo que tú haced lo puede hacer un ciego”. “-Podría ser”, fue su lacónica respuesta. Fue entonces cuando pensé en talleres de identificación de las aves por el canto para personas no videntes.

Al regresar a Santo Domingo me puse en contacto con el Patronato Nacional de Ciegos y organizamos una charla sobre aves dominicanas que viven en las áreas urbanas.

Mi primera experiencia fue con niños de 6 a 12 años. Doy clases desde los 18 años y creía conocer todas las experiencias gratificantes que puede vivir un maestro. Ese día descubrí que no. Nunca vi tanto entusiasmo ni tanto interés por aprender. Lo que más me impresionó fue que cada vez que oían el nombre del ave cuyo canto escucharían a continuación exclamaban: “¡Oh, el ruiseñor!”. Como si fueran experimentados ornitólogos y esas aves fueran parte de su rutina diaria. Esa reacción me hace pensar, retrospectivamente, que el lema del festival de este año, “Amar a las Aves es parte de la Naturaleza Humana”, no es simplemente una hermosa frase. Que los seres humanos ciertamente nacemos con la disposición a dejarnos seducir por esas criaturas fascinantes.

Recuerdo otra experiencia conmovedora en este encuentro. Aprendí de niño a producir un sonido gutural juntando ambas manos, lo que me permite imitar, con relativa fidelidad, el canto de las tres tórtolas más frecuentes en la ciudad de Santo Domingo: la rolita, el rolón rabiche y la tórtola aliblanca. Al escuchar la imitación de los cantos, los niños quedaron deslumbrados. Me imploraron que les enseñara cómo hacerlo. Yo me turbé un poco, pues la verdad que no sabía cómo enseñarles. Era mi primer encuentro con esta audiencia encantadora y desconocía sus múltiples habilidades. Ellos perdonaron mi torpeza y trataron de ayudarme: se pusieron en fila y por turno tocaban mis manos mientras yo imitaba el canto de las tórtolas. ¡Fue una experiencia indescriptible! ¡Cálida y de calidad! ¡Nunca me había sentido tan necesario y útil como maestro!

Al caer la tarde me llamó la directora del centro, más satisfecha que afligida, para contarme que el resto del día (el encuentro fue en la mañana) no pudieron trabajar con los niños. “Se pasaron todo el tiempo hablando de pajaritos y tratando de imitar sus cantos”, me comentó. “Desde que usted se fue, el aula, más que un salón de clases, parecía una pajarera”.

 

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