Así era Adela – El Profe Show

Adela fue siempre una muchacha diferente, rara decían algunos. Desde que nos conocimos nos hicimos amigos y no era fácil ser amigo de ella. Silenciosa, distante, con comentarios fuera de lugar, que no ofendían pero que llamaban la atención, como el día que le dijo a la mamá de una amiga que si el marido

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Adela fue siempre una muchacha diferente, rara decían algunos. Desde que nos conocimos nos hicimos amigos y no era fácil ser amigo de ella. Silenciosa, distante, con comentarios fuera de lugar, que no ofendían pero que llamaban la atención, como el día que le dijo a la mamá de una amiga que si el marido era todo lo que ella se quejaba por qué no lo botaba y se buscaba otro. Comentario que le valió que nunca más la invitaran a los cumpleaños de esa casa.

Me gustaba Adela. Nunca olvidaré aquella conversación sobre los colores y lo mucho que le afectaban en la ropa. “Hay días que solo puedo vestirme de azul, otros que necesito el amarillo y si no tengo nada que ponerme de ese color, no salgo a la calle”. Eso me lo confesó muy seria, “el rojo jamás, es un color de violencia, lascivo” (esa fue la primera vez que escuché esa palabra y corrí a buscarla en el diccionario).

‘A’, como prefería que la llamaran sus pocos amigos, era una muchacha bonita, aunque hacía todo lo posible por evitar esa belleza llamativa. Me gustaba ese lunar junto a su boca y sus pestañas largas y sus ojos inmensos tan negros como la noche, sospecho que estaba medio enamorado de ella, aunque nunca se lo dije.

Rechazaba los pretendientes con elegancia, era demasiado inteligente y tan segura de sí misma que se atrevió a decir un día que cuando se decidiera a casarse buscaría uno a su medida, nunca entendí a cuál medida se refería y así fue.

‘A’ estudió filosofía y letras, tuvo problemas con las monjas del colegio por sus discusiones espirituales. Ella leía todo lo que le interesaba y no aceptaba en fe nada. También afirmó que cuando se decidiera a creer lo haría como la creyente más ferviente, pero que por el momento ese virus no había tocado su corazón.

Era rara y apasionante, divertida cuando quería, apabullante en intimidad, se hacía la tonta para no escandalizar, pero era capaz de mantener una conversación con el erudito más capaz sin inmutarse.

Detestaba a los políticos y me confirmó que le producían verdaderas náuseas, era confesa socialista, de padre español y madre dominicana.

Nunca había ido a España, pero la conocía más que cualquier español pues soñaba con cruzar el charco algún día y pasearse por los caminos que cada noche, antes de dormir, recorría en su imaginación.

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Se había declarado vasca un tiempo, dos años después catalana, dependía de sus estados de ánimo, pero tengo entendido -me contaron unos amigos– que al final decía que era dominico-española. Hoy quise contar su historia, ‘A’ vive en un campo de Bonao, tiene 4 hijos, es devota de la virgen de la Altagracia y ya no le afectan los colores. ¡¡¡Ah la vida!!!

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