Desde hace unos años en nuestro país estamos viviendo un fenómeno cultural, de alcance global, en la que diferentes personas, por voluntad propia, deciden dar a conocer su vida con lujo de detalles. Y cuando me refiero a vida incluye pareja, hijos, ropa, viajes, visitas a médicos, compras, comidas, partos en vivo, ropas interiores, junto a un largo etcétera. 

Los llamados “influencers” o influenciadores juegan un rol cada vez más activo en la sociedad y mucha gente los sigue. Pero no todas las influencias son buenas y no debemos seguir como borregos a cualquiera que disponga de suficiente tiempo y poca vergüenza para compartir todo lo que le pasa por la mente y por su vida.

Fuera de los anteriores, están otro tipo de personas que ejercen una peor influencia porque tienen acceso a plataformas, redes sociales y/o medios de comunicación de mayor alcance y poca o ninguna regulación.  Utilizando su legitimo derecho a expresarse, no conocen límites para tratar temas de cualquier naturaleza, incluso técnicos sin ninguna formación, y destruir el lenguaje y las reputaciones de propios y ajenos sin ningún rubor. 

Y es que hay gente que habla peor de ellos mismos cuando se dedican a hablar mal de otras personas.  Y se les olvida que el internet tiene memoria infinita y que tienen familia y amigos que tienen que salir a defenderlos, o peor, a esconderse intentando desvincularse de la filiación.  Y en esa fauna hay criollos, extranjeros, hombres y mujeres. Todos mayores de edad y responsables ante la ley. 

El otro día, comiendo con amigos, salió el tema de unas “comunicadoras” que en las últimas semanas se han dado a la tarea de sacarse trapitos y maridos al sol.  Por maridos, entienda usted desde patrocinadores de operaciones estéticas hasta infelices a los que juraron amor eterno hasta que se acabó.  Hacen “media tours” y dejan caer “exclusivas” del caso en la palestra en cada programa que visitan.  Yo no sé si eso lo pagan o no, pero debe ser muy penoso, por no decir peligroso, prestarse a este tipo de juegos. 

Reconozco que no tengo el gusto de conocer a ninguna de ellas y me alegra no ser parte de ninguno de sus círculos de influencia, porque la verdad es que me avergüenzan. Y seguro se avergüenzan sus padres y sus hijos, porque esas no son formas.

Siempre va a haber opiniones divergentes y personas que les caigan mal.  Y razones infinitas.  Pero la gente normal no va por gusto a buscarse un problema legal por no saber callarse la boca.  El derecho y la libertad de expresión terminan cuando comienzan la injuria y la calumnia. Tampoco se abusa de los derechos para hacer el mal impunemente. 

Y no, no hablo solo de mujeres.  Sé que hay mal llamados hombres que se prestan a esas miserias.

Yo no creo en las coincidencias, pero sí creo en las consecuencias. Y debe haber un pare a esta campaña de insultos y comentarios humillantes que honestamente no importan a nadie, sin otro motivo que “sonar” por unos días y generar “contenido” con la controversia creada.  Y debe haber control y regulación de ciertas plataformas que solo existen para difamar y sembrar odios y división en una sociedad que no tiene la educación suficiente para discernir.  

Las cosas se están saliendo de las manos. Cuando sea muy tarde y la sangre corra, veremos a dos o tres hipócritas rasgándose las vestiduras, pidiendo perdón y controles cuando debieron callarse y lavar sus harapos en casa de donde no debieron salir.