La fuerza de la mirada, más allá de las palabras

Las miradas que recibimos de los otros son expresiones instintivas de un lenguaje no verbal que nos pueden transmitir muchas emociones, positivas o negativas, pero cargadas siempre de un sentido que llega más lejos que cualquier otra forma de comunicación

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David Bueno es profesor e investigador de Genética y Biología Evolutiva en la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona, y una de sus interesantes investigaciones tienen que ver con el poder de la mirada y el papel que estos intercambios a través de los ojos juegan entre los miembros de una sociedad. El profesor explica a EFE el sentido que tienen estas expresiones no verbales y la facultad de vernos afectados positiva o negativamente por la mirada del otro.

La actitud reprobatoria o aprobatoria hacia los demás, “sucede porque somos una especie social biológica que basamos parte de nuestras estrategias principales de supervivencia en vivir con otras personas, apoyarnos unos a otros, porque individualmente no somos  ni fuertes, ni ágiles, ni hábiles, ni veloces como lo son otros animales, pero la forma de mantener los grupos humanos más o menos cohesionados es a través de la comunicación verbal, pero también la no verbal, a través de gestos  y, sobre todo, a través de la mirada“, indica el investigador.

La necesidad de aprobación por parte de los demás 

 “Tenemos un programa básico -continúa Bueno- muy instintivo por el que siempre buscamos la aprobación de nuestro entorno, por eso tenemos la tendencia a hacer aquello que pensamos que éstos esperan de nosotros, tanto si es bueno como si es malo”.

 “Fue en el paleolítico cuando se formó una tribu, que la podían constituir pequeños grupos de personas que se movían juntas, pero ahora ´el efecto tribu´ se produce entre colectivos como el que forman los vecinos de tu escalera en la casa donde vives o, por ejemplo, el colectivo de las personas que tienen perro y que entre los dueños se pueden sentir muy identificados entre unos y otros”.

Para el investigador, entre los miembros de un colectivo, una mirada de reproche le puede afectar a quien la recibe, pero para quien considera que la persona que le está mirando mal no pertenece a su grupo, esta mirada no le afecta porque, como dice Bueno, “si no pertenece a tu colectivo, no necesitas armonizar tu comportamiento con esa persona”.

También hay miradas que consiguen el efecto contrario y el biólogo expone el ejemplo de un hecho muy común: “Cuando estás circulando con tu coche y ves un paso de peatones y frenas porque alguien se acerca a él, normalmente de ese peatón recibirás una mirada de agradecimiento, de satisfacción, y eso nos hace sentir a gusto y nos refuerza para hacerlo la siguiente vez”.

Sin embargo, Bueno se lamenta de que también “hay personas que no lo hacen porque se consideran ´conductores´ y el colectivo ´peatones´ no forma en ese momento parte de su imaginario como grupo, eso depende de la capacidad de empatía que tenga cada uno para ponerse en la piel del otro”.

La importancia de las miradas en el entorno familiar 

El biólogo añade que también “hay componentes genéticos por los que hay personas que están más predispuestas que otras a tener empatía, sobre todo por lo que has visto a tu alrededor, entre tus padres, amigos… e imitas lo que ves.  Los niños se imitan unos a otros y éstos a su vez imitan a los mayores”.

Pero hay miradas en el entorno de la infancia que pueden hacer mucho daño y el investigador enfatiza que “lo más grave es cuando estas miradas proceden de los progenitores hacia sus hijos, lo que se llama ´crianza negativa´. Hay familias que por el motivo que sea consideran a sus hijos como un estorbo, una molestia; rechazan a sus hijos, los tienen en casa, los alimentan…, pero hay un rechazo y eso se trasmite con la mirada, y los niños y niñas que viven de esta forma, aunque no sean conscientes de ello, les altera las conexiones de su cerebro y les transforma su carácter”.

Este problema aflora “especialmente a partir de la adolescencia y deja una huella muy profunda porque provoca todo lo contrario de la sensación de estar acogido en tu grupo, porque el grupo primigenio es la familia en sentido amplio y si no te sientes acogido con tus progenitores, con tus hermanos, con los más allegados, difícilmente te vas a sentir acogido con otras personas y, finalmente, serán personas más agresivas, con mucha menos capacidad de motivarse porque no han vivido nunca esta ilusión por hacer cosas”.

Reconducir tu propio carácter se puede hacer con el tiempo, pero, para el investigador, es difícil hacerlo al 100 %. “Tienen que pasar años y no siempre es posible, siempre queda una pequeña huella, una cicatriz emocional que deja también su huella psíquica en el cerebro. Desgraciadamente, con el tiempo hay tendencia a imitar los modelos de paternidad que tú has visto y, cuando te llega el turno, los reproduces con tus hijos”.

Emociones que las miradas no ocultan 

A través de la mirada, trasmitimos nuestro estado emocional y respondemos en consecuencia a los estados emocionales de las demás personas. “Es un proceso instintivo -subraya el profesor- por lo que cuesta mucho cambiar tu mirada, por eso hay pocos buenos jugadores de ´poker´, porque es muy difícil poner cara de ´poker´. Manifestar nuestras emociones a través de la mirada es muy instintivo porque viene ya de nuestros orígenes evolutivos, antes incluso de nuestra especie”.

Las emociones las trasmitimos a través de las palabras, por supuesto, y de los gestos, pero se ha comprobado que la mirada es la que tiene más impacto, según expresa el profesor de Genética.

Y David Bueno relata un experimento realizado sobre la repercusión que tuvo un simple cartel en un parque en donde rezaba “No tirar papeles al suelo”, y al cabo de tiempo se reemplazó por otro en el que, aparte de la frase impositiva, se había incorporado el dibujo de dos ojos y que resultó tener mucho más impacto y ser más eficaz para el fin que se deseaba.

Para David Bueno la gente hace más caso cuando hay dos ojos, aunque sean dibujados, porque se les conecta al chip de: “me están mirando” y, aunque esos ojos sean ficticios, instintivamente les hace sentir la impronta de que alguien les vigila.

Pero, para el investigador de Genética y Biomedicina, David Bueno, “no es que haya una mirada mejor que otra, cada mirada tiene su momento y si una persona te está haciendo una mala jugada no la puedes mirar con confianza, porque no entenderá el mensaje. Tú tienes que mirarla como tú te sientes, que puede ser con enfado, disgusto o decepción. Sólo así nos podremos entender más allá de las palabras”.

(Texto: Isabel Martínez Pita)

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