El consumo destructivo – El Profe Show

En esta época final del año, el consumo es rey, pero hay quienes quisieran destronarlo. El reverendo Billy, y su Iglesia para Detener el Consumo, llevan decenios intentándolo en los EE.UU., hasta ahora sin mucho éxito. Conviene precisar que el reverendo no es realmente un sacerdote, sino un actor comprometido con causas que considera vitales

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En esta época final del año, el consumo es rey, pero hay quienes quisieran destronarlo. El reverendo Billy, y su Iglesia para Detener el Consumo, llevan decenios intentándolo en los EE.UU., hasta ahora sin mucho éxito.

Conviene precisar que el reverendo no es realmente un sacerdote, sino un actor comprometido con causas que considera vitales para la supervivencia de la humanidad. Y que la iglesia no es una congregación religiosa, sino una agrupación de seguidores que le acompañan en sus protestas públicas.

Luego de trasladarse de California a Nueva York, el primer objetivo del reverendo, cuyo nombre real es William Talen, fue una tienda de Disney en Times Square, habiendo comparado al ratón Mickey con el anticristo. Posteriormente, otras compañías, entre ellas Starbucks, British Petroleum, JP Morgan Chase y Monsanto, y otras causas, en particular el medio ambiente, se sumaron a sus objetivos. Arrestado en más de 50 ocasiones, el reverendo se presenta regularmente con su coro de 35 miembros especializado en cánticos religiosos.

Aquí, hasta donde sabemos, no tenemos  un reverendo como ése, pero lo que sí poseemos es un afán consumista similar al que lo motivó a emprender su cruzada. Justo es decir que sus esfuerzos no parecen haber tenido mayor efecto sobre la propensión al consumo de los estadounidenses, siendo el estado de la economía un factor mucho más influyente, como tampoco lo habría tenido sobre nosotros de haber llevado a cabo su campaña aquí.

La dificultad para convencer a las personas de los peligros del consumo es que para subsistir hay que consumir, lo que implica que hay que distinguir entre el consumo bueno y el malo, y es ahí donde el asunto se complica, pues depende de las preferencias de cada quien. Si a alguien, por ejemplo, no le gusta tomar bebidas alcohólicas, es posible que vea los gastos en ron o whiskey como un desperdicio.

Al final, la economía impone sus reglas, y los fabricantes, tiendas, bancos – y hasta los verdaderos reverendos – se ajustan a ellas.

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