Las tres tazas de café

Llegar a la montaña no nos tomó más de dos horas. Cuando llegamos, le decimos al pasajero que nunca ha ido: “Bienvenido, has entrado al pueblo”. Se sonríe y dice que gracias. Como ocurre con tantos otros, no es extraño que se asombre por la belleza de este lugar.Luego de un amplio recorrido, hemos arribado

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Llegar a la montaña no nos tomó más de dos horas. Cuando llegamos, le decimos al pasajero que nunca ha ido: “Bienvenido, has entrado al pueblo”. Se sonríe y dice que gracias. Como ocurre con tantos otros, no es extraño que se asombre por la belleza de este lugar.

Luego de un amplio recorrido, hemos arribado a la hora exacta: veo a mi invitado mirar hacia arriba, a los productos de un árbol enorme. Como cada año, es una costumbre venir: uno se agacha por el suelo cuando caen estos frutos, se levanta para tomarlos y escala la mata como en la infancia. Lo cierto es que el campo dominicano tiene sus misterios: árboles frutales de toda índole.

En algunos rincones de la carretera, se venden frutos con un claro look de frescura y calidad. Se ha sacado la mercancía para los que vuelven a Santo Domingo. Un muchacho vende un montón de fresas bien empacadas. Lo miro fijamente para preguntarle el precio. Hacemos el trato y llegamos a una conclusión: ha sido más económico que en un establecimiento. Nuestro invitado dice que es un muy buen precio. No creo que vaya a destapar el paquete. 

Según nos lo relata, nuestro invitado nunca ha llegado por estos parajes. Es nuevo en el sitio aunque reconoce algo como suyo: los sembradíos tienen el color de lo ya visto. En estas fincas podemos notar que la gente especula: los bichos, las plagas que le caen al café –que lo devoran inmisericordemente–, no son un tema que no le preocupara al historiador Lepelletier de Saint Remy –auditor en el Consejo de Estado–, quien sí hizo, de manera maestra, una notificación de este cultivo: el Moka, el Martinica, el Guadalupe, el Borbón, el Cayena, el Cuba. Nos detalla el consumo en 1841: en Francia, 12,954,000 k. Inglaterra: 12,866,000 y Bélgica: 14,471,000.

Como se ha evidenciado por publicaciones recientes, hay verdaderos especialistas en el café dominicano. Es justo decir que tenía otra importancia en el siglo XVI, XVII y XVIII. Entramos al siglo XX y teníamos otros rubros. Un ejemplo a la mano es el arroz: hoy la República Dominicana tiene uno de los mejores arroces de todo el caribe. En regiones del Asia tienen otro tipo de arroz. En cuanto al café, este invitado se toma una taza mientras espera que los demás entren en la fábrica donde se les enseñará todo el proceso: las variedades actuales tienen otra nomenclatura.  

En lugares amables, tenemos que se consume el café en varias presentaciones. Antes de que vinieran estos negocios, en la cafetería de un notable negocio, hacia 1990 ya consumíamos lo que nos ofrecían con una notable profesionalidad. Podemos decir que esta es la prehistoria de un consumo que se hace cada vez más popular.

En esta gran industria tienen una cafetería donde te venden el café ya preparado: pedimos tres tazas. Los comensales tienen claro de que pasarán allí al menos una hora. Dos personas afinan detalles de un negocio millonario: se los oye hablar en ese fermento inicial de los grandes proyectos. Silencioso, me animo a probar lo que me sirven e intento no cerrar los ojos para poder ver el arte antiguo y a la vez moderno, de esta muchacha que nos sirve con gran entusiasmo.

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Hace más de veinte años, conocí el cacao en una finca de unos amigos. Con las botas puestas, pudimos ver cómo era arrancado y ciertamente no vimos el proceso final (estábamos tarde), para ver como se termina. En el caso del cacao está bien descrito en los libros antiguos. Con series estadísticas en las manos, que guardan algunos archivos históricos, hay que preguntarse cuál es la cantidad de cacao que se produce hoy y compararlo con la misma producción de principios de siglo.

Seguir el tránsito de estos rubros es algo indicado para tener una idea de cómo marcha la economía. En algunos libros, se hace referencia al tabaco, que cultivaban los bucaneros y que los indios taínos empleaban como un asunto placentero (imagíneselos riéndose). Es una hoja principal que viene a la par de la historia dominicana: esta hoja vio las asonadas cuartelarias de los siglos que pasan, las guerras que tuvimos, los procesos sociales.  

Con ánimo de hacer algún inventario, citar ahora todos los escritores que han escrito sobre el tabaco sería algo no laudatorio, pero sí largo. Atengámonos a decir que muchos lo hicieron. Es el caso del azúcar, un rubro que dinamizó la economía colonial durante siglos.

En los inicios del siglo, el tabaco fue muy importante también como dejan ver algunas crónicas. Lo importante es saber que sin estos rubros la economía dominicana no hubiera marchado como marchó: nos situamos en el siglo XVII y veremos los sembradíos. La dinámica social inherente a estos procesos también es revisada por nuestros historiadores desde diversas perspectivas epistemológicas.

Es dable decir que el café es de mesa, por lo tanto podemos decir que este supo ser acompañado por el tabaco, aunque podemos decir que no todas las familias fumaban. Lo que si es cierto es que ahora vemos tiendas en la costa de la isla, por ejemplo en Samaná donde se expende el tabaco con todo el lujo del mundo: son tiendas de la que no te quieres ir, adosadas a supermercados grandes.

En el caso del café, tenemos que analizar la competencia internacional porque hay muy buenos cafés en toda Latinoamérica, como es el caso clásico de Colombia. Los colombianos son muy fieles a sus marcas; en el caso dominicano, tenemos el ejemplo de la feroz competencia con la calidad de un café diversificado que no tiene que envidiarle a ninguno en el mundo.

A fines de siglo IXX y en la entrada al XX, tenemos que decir que la madera fue importante tanto del lado occidental como del lado oriental de la isla. Tenemos datos en el mismo libro de Lepelletier de lo que se consumía en el lado occidental y de la producción: añil, algodón, campeche, aguardiente. Quien se pone a analizar esto se da cuenta de la riqueza que hemos descubierto desde la época colonial hasta ahora.

Por su importancia económica, es de entender que los dominicanos estemos muy orgullosos de las “industrias históricas”. Estas han sido analizadas para comprender los procesos de gestión: uno se asombra con la experticia (esto se da en el café también), que tienen los viejos hombres de campo. Sin ellos, es imposible mantener el negocio: en el caso del tabaco es un proceso manual, artesanal que requiere de habilidades especiales. Para no ir más lejos, mi bisabuela Ercilia Franco tenía una fábrica de tabacos que producía puros llamados ´La India´ que desapareció con el tiempo.  

Mejor que en otras narraciones, en el libro de Lepelletier de Saint Remy está clarísimo la lucha por mantener productos coloniales a un precio justo: los productores no podían competir, como ocurre en otros tiempos, con productos que vienen del exterior. Mientras se lee, la carga técnica se nota en el libro y uno se sorprende pero es justo indicar que se trataba de un historiador bien formado que supo deletrear el vaivén de los productos coloniales con suma justeza.

En dos tomos bien digeribles, (publicados en la Sociedad Dominicana de Bibliófilos) Lepelletier de Saint Remy nos dice todo claro: nos especifica cuáles son esos rubros. El problema del café en Samaná toma algunas páginas y es de entender que se explaye sobre temas colindantes: al historiador moderno le compete entrar no ya en las inmediaciones de una interpretación febril, sino en la entereza del proceso económico.

Como conclusión: es una prueba del destino que hayamos visitado una tienda de tabaco en Samaná cuando Lepelletier tiene un capítulo entero dedicado a un tema con el siguiente título: Samaná y la cuestión del café. Es una amigable coincidencia.

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