Como Trujillo usó la arquitectura en su dictadura

La entrevista al arquitecto y literato José Enrique Delmonte Soñé nos permite conocer parte de los interesantes resultados de la investigación con la que obtuvo el título de doctor en “Estudios del español: lingüística y literatura”, en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Logra desvelar la apuesta del dictador Rafael Leónidas Trujillo al

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La entrevista al arquitecto y literato José Enrique Delmonte Soñé nos permite conocer parte de los interesantes resultados de la investigación con la que obtuvo el título de doctor en “Estudios del español: lingüística y literatura”, en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Logra desvelar la apuesta del dictador Rafael Leónidas Trujillo al mostrar su poder (y egolatría) a través de edificaciones que en el siglo XXI siguen siendo un referente de sus deseos de perpetuidad y grandeza.

—Has cultivado tu pasión por la arquitectura, la escritura y la poesía por igual. Tu tesis doctoral “El lenguaje arquitectónico del discurso del poder en la República Dominicana, 1940-1950“, ¿cambió de algún modo tu visión previa sobre la dictadura de Trujillo y su legado arquitectónico?

Por supuesto que sí. Uno de los peligros que existe cuando se interpretan los hechos y los personajes históricos a partir de informaciones comunes es asumir una imagen que no es nuestra, sino que ha sido inducida. En todo proceso histórico existe una narrativa que parte de la visión de alguien que ha asumido su análisis como la verdad, aunque la verdad es siempre una aproximación, una manera de reconciliarse con nuestro entendimiento de las cosas. Al abordar la dictadura de Trujillo como espacio de investigación tomamos el riesgo de caer en repeticiones de versiones que podrían considerarse como verdades absolutas, aquellas que determinan una conducta social de rechazo o de aceptación de lo que sucedió en ese período como parte de un posicionamiento en el presente. 

Los regímenes totalitarios siempre generan animadversión por las consecuencias de sus ideas y acciones; son el otro extremo de los ideales más altos de los seres humanos de respeto a tener criterios distintos y a imaginarse una manera de convivencia que garantice la libertad en su sentido más amplio. Van en contra de una parte de la naturaleza humana que ejerce el albedrío como base existencial. Los regímenes totalitarios destruyen esa voluntad individual a favor de una voluntad de conjunto que parte, precisamente, de una única visión del líder. Y para lograrlo deben ir más allá de la fuerza con estrategias muy complejas para encauzar sus objetivos. En principio, se piensa que figuras como Trujillo impusieron su poder solo por la fuerza, con acciones que doblegaban conciencias por el miedo y el terror. 

Al introducirnos en un análisis más profundo detectamos que el uso de la fuerza para consolidar su poder es una herramienta que por sí sola no funciona: se requiere de una serie de componentes que están dirigidos a convencer a la población de la necesidad de aceptar al régimen como un sacrificio colectivo en pro de un mejor porvenir. Es decir, construir una base social que sostenga al régimen y le acompañe en la ejecución de un único programa político de resultados apetecibles por la ciudadanía. Y para lograr eso es imprescindible contar con la propaganda para transmitir ideas previamente estructuradas y diluir otras que no son válidas. 

En ese sentido, educación, religión, arte, cultura, ocio y producción se consideran medios de divulgación y de control que se convierten en la fuerza que verdaderamente sostiene al régimen. En la distancia, nos asombramos de cómo una sociedad completa participó para consolidar una dictadura como la de Trujillo. Pero en su momento inicial hubo una sensación de necesidad para dirigir al país hacia el progreso sin las trabas que significaba la experiencia política desordenada y visceral dominicana. Ese fue el punto de inflexión en nuestra historia de la primera mitad del siglo XX. 

“Fue en la década de 1940 que el régimen descubrió el inmenso poder que ejerce la arquitectura “José Enrique Delmonte Soñé Arquitecto

—Tu pregunta inicial como investigador, ¿tenía la intención de compartir con la generación algo invisible para los jóvenes que no necesariamente saben lo que significaron grandes columnas y mármoles suntuosos en una ciudad cuasi rural?

La desgracia que significó el ciclón del 3 de septiembre de 1930 para el país y, en particular, para la ciudad de Santo Domingo, fue la gran oportunidad política para que Trujillo consolidara su dictadura. Una de las versiones más divulgadas por la propaganda en la campaña de reelección de 1934 fue el “milagro” de Trujillo de rescatar de los escombros a la capital dominicana y convertirla en una urbe “moderna”, representante de una nación que estaba comprometida con el progreso. 

Todavía en los innumerables discursos pronunciados por Trujillo y por sus adláteres a lo largo de su régimen volvían sobre esa imagen de desolación provocada por San Zenón y que solo “la capacidad dirigencial de una persona como Trujillo” pudo ser capaz de transformarla. Lo veremos en la campaña de 1938, en los discursos de 1944 e incluso, en las ceremonias realizadas en la inauguración de la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre como parte de la celebración del 25 aniversario de la Era de Trujillo, en 1955. Ese hecho fue una especie de sello de identidad de un régimen que se mostraba insuperable en su accionar. 

Es como la otra cara de la moneda que se observa a priori cuando se trata de comprender al régimen: por un lado, el horror de un sistema que usó prácticas inhumanas para imponerse y sostenerse, con una larga lista de muertes, opresión, destrucción de conciencias, misterios y terror; y por el otro lado, una huella importante en el cambio de la imagen urbana y rural de un país que contaba con una escasa infraestructura y con limitados medios de producción en 1930 hasta convertirlo en una nación modernizada. 

Sin embargo, entre ambas caras de la moneda hay una línea casi insondable donde se encuentran el cambio de paradigmas, la sustitución de voluntades, el afianzamiento de creencias y el sentido de identidad de una nación que fue distinta a partir de la experiencia totalitaria del siglo XX. Todo eso puede entenderse con la arquitectura del poder, síntesis de los ideales de la sociedad en su conjunto. 

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—¿Cuáles obras fueron las que más te impresionaron, por el “discurso del poder” que transmitían en la década que abarca tu investigación”?

Es interesante reconocer que la selección de un tipo de arquitectura para representar el Estado dominicano según la versión del trujillismo fue dual. Es decir, a diferencia de los regímenes totalitarios europeos y del sistema capitalista del momento donde la imagen de la arquitectura era un asunto de Estado, seriamente considerada como parte de estrategias de divulgación y consolidación de sus distintos sistemas políticos, en el trujillismo eso no fue tan sencillo.

Al estudiar ese proceso mundial se determina que hubo una larga lucha para imponer sus arquitecturas representativas bajo la sombrilla de lo que se llamó la Nueva Tradición y la modernidad, polos opuestos en cuanto a su estética y a su sustentación teórica. En el caso dominicano se detecta un uso indistinto para representar el poder de uno u otro extremo, caso solo comparable con el fascismo, aunque con diferencias conceptuales muy profundas. Lo que algunos investigadores locales de la arquitectura de Trujillo habían señalado, durante la dictadura se concibieron edificios bajo parámetros bien depurados de la tradición con preeminencia del neoclasicismo, junto a otro grupo que representaba la modernidad. 

La investigación se adentró en descifrar las razones por las cuales fueron utilizadas ambas tendencias en su papel de representación del Estado dominicano en una misma etapa de la historia. Solo así se puede comprender cómo se construyeron edificios tan distintos como el desaparecido hotel Jaragua (1942) y el Palacio del Ejecutivo, hoy Palacio Nacional (1947); o como se adoptó la arquitectura moderna para el conjunto de la Feria de la Paz (1955) y el neoclasicismo para el Palacio de las Bellas Artes (1956); o entre la ecléctica iglesia de San Cristóbal (1948) y la expresionista basílica de Higüey (1950). Una paradoja que tal vez solo se da bajo el calor propio del Caribe. 

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—¿Crees que Trujillo estaba plenamente consciente de que elaboraba un discurso poderoso con sus obras, o que simplemente imitaba a figuras que admiraba, como impulsores de la arquitectura fascista en Europa?

Uno de los objetivos de la investigación fue determinar cómo la arquitectura formó parte de la propaganda y si el régimen pudo establecer un modelo arquitectónico propio. Fue muy significativo reconocer que la arquitectura fue, quizá, el último elemento utilizado por la dictadura para consolidarse en el poder, con un “retraso” en su incorporación como medio de propaganda de casi diez años. 

Es decir, mientras la literatura, las artes, la educación o la religión fueron transformadas desde un principio a favor de un ideal totalitario, la arquitectura no fue incorporada dentro de ese programa hasta la década de 1940, cuando el régimen “descubrió” el inmenso poder que ejerce la arquitectura para trasladar las ideas del poder en la población. Hasta ese momento, el Estado dominicano no había detectado esa fuerza transformadora que contiene la arquitectura y nunca se había detenido a considerar una imagen propia a través de sus edificaciones.

Esto contrasta con lo sucedido bajo el dominio de los gobiernos totalitarios europeos y latinoamericanos de la época que consideraron a la arquitectura como una extensión de su poder. En las exposiciones universales y en los más importantes concursos de arquitectura de la etapa de entreguerras, el enfrentamiento ideológico entre los regímenes totalitarios (en mayor fuerza con el nazismo, el comunismo y el fascismo) e incluso entre los sistemas capitalistas se trasladó hacia la arquitectura, elemento clave para afianzar supremacías. Pasó a formar parte de un sistema activo de propaganda y de exportación de los ideales de cada régimen, mucho más allá de los valores estéticos de las obras. 

En otras palabras, la arquitectura era una extensión de la lucha por la hegemonía política. Para un personaje como Trujillo que estaba atento a cada espacio de la sociedad para consolidarse sorprende su desconocimiento de este juego de poder. Solo hasta que pudo salir del país en 1939 y ver con sus propios ojos la arquitectura que se hacía en el mundo a través de la Exposición Universal de New York pudo reconocer la enorme importancia que tiene la arquitectura como arma política. Es una de las razones por las cuales a partir de ese momento desarrolla en todo el país un amplio programa de edificaciones bajo la sombrilla del Centenario de la República. En consecuencia surge una pregunta: ¿qué tipo de arquitectura debía representar al Estado dominicano en su conjunto, tal como lo hacían los regímenes totalitarios de la época?

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—¿A Joaquín Balaguer le hubiera gustado leer los resultados de tu estudio? ¿Habría coincidido contigo en muchos aspectos, o marcaría distancia con tus planteamientos?

Formado en la política bajo la poderosa ideología trujillista y su reconocida adhesión a la figura de Trujillo, Balaguer trató de modificar la imagen del poder que representó la arquitectura del régimen una vez él se estableció como gobierno. Más allá de los cambios estilísticos que la propia arquitectura universal experimentó en la segunda mitad del siglo XX, Balaguer también utilizó a la arquitectura para la representatividad del poder. 

En su empeño de impulsar el desarrollo nacional a partir de infraestructura urbana y de edificaciones gubernamentales como parte de una estrategia de imposición del sistema capitalista como camino para el país, Balaguer se hizo acompañar de un grupo de arquitectos formados bajo los criterios de la llamada arquitectura internacional (consecuencia del Movimiento Moderno) para imponer una nueva imagen construida del Estado dominicano. 

Es decir, marcó distanciamiento con el pasado y apostó por una modernidad en los edificios para sustentar su concepción política basada en el progreso material de la nación. Los ejemplos abundan: el conjunto de la Plaza de la Cultura, el conjunto de la Plaza de la Bandera, edificios gubernamentales e instalaciones turísticas, todos producidos bajo el lenguaje arquitectónico de la modernidad. Hay un enorme diferencia entre la visión de Trujillo sobre  la arquitectura y la de Balaguer; y entre la de Balaguer y los gobiernos posteriores. 

¿No te sientes motivado a seguir explorando el tema con otras décadas y las obras de otros presidentes que desarrollaron un discurso propio del poder? 

Joaquín Balaguer lo hizo con grandes obras viales, hidroeléctricas y áreas protegidas; y Leonel Fernández con un metro y pasos a desnivel y elevados, por mencionar dos.

Si bien todos los gobiernos dominicanos desde 1930 han considerado a la construcción como elemento importante para consolidarse y para impulsar la economía, no todos han estado conscientes del enorme poder de representatividad de la arquitectura como parte del discurso del poder. Hay una diferencia muy grande entre construcción y arquitectura, aunque ambas son inseparables. 

Trujillo no lo comprendió hasta la década del 1940. Entre 1930 y 1940 Trujillo divulgaba sus obras materiales como logros de un gobierno eficiente, como parte de un devenir necesario para el progreso. Al estudiar las obras de esa primera década se observa que se concentró más en puentes, caminos vecinales, carreteras, puertos y edificios de menor impacto.

Como ya hemos señalado, luego descubrió el poder intrínseco de la arquitectura como consolidación del poder y trascendencia de su imagen (tan importante en su autovaloración mesiánica). Si bien con Balaguer los edificios no tuvieron un objetivo de trasladar su propia figura a la arquitectura marcaron una línea estética de lo que “debería entenderse” como democracia. 

A diferencia de los dos períodos dirigidos por Joaquín Balaguer a finales del siglo XX, no estamos seguros de que los gobiernos contemporáneos hayan comprendido el componente teórico que forma parte de la arquitectura como representación del poder. Han dejado a un lado ese potencial para concentrarse en otros aspectos de la propaganda política. De ahí el vacío y la diversidad insustancial de una arquitectura evidentemente anodina en muchos aspectos. Quizás forma parte de un sentido práctico de la política, de una inmediatez sorprendente y de un desconocimiento de su papel en la historia.

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