La soledad de los que quedamos

Vivir no es fácil, bien lo dice la Salve cuando habla de un valle de lágrimas. Cuando era pequeño pensé que era una expresión poética, pero al transcurrir los años me di cuenta cuán acertada estaba esa afirmación. La vida es un valle de lágrimas con algunas estaciones de alegría.Una vez entendido esto el vivir

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Vivir no es fácil, bien lo dice la Salve cuando habla de un valle de lágrimas. Cuando era pequeño pensé que era una expresión poética, pero al transcurrir los años me di cuenta cuán acertada estaba esa afirmación. La vida es un valle de lágrimas con algunas estaciones de alegría.

Una vez entendido esto el vivir se hace menos complicado.

Cuando era niño una vez le pregunté a mi mamá si todo el mundo se moría y ella se angustió cuando tuvo que responder afirmativamente, pero me lo puso muy poético y me habló del regreso al cielo. No quedé muy convencido y agregué “¿porqué no nos habíamos quedado todos en el cielo?”. Y ella muy hábilmente me contestó que era muy niño para saber todas las respuestas, que cuando creciera iría entendiendo todo. No ha sido así, pero agradezco a mi mamá el esfuerzo que hizo para pintarme la vida de los colores más hermosos.

No puedo quejarme, ya estoy en el otoño de mi vida, he vivido suficiente y he aprendido a mantener el equilibrio, aunque una que otra vez lo haya perdido.

Llegar a esta edad, no quiero decir anciano, tiene su costo y el más difícil de todos es la soledad en la que te vas quedando cuando ves partir a tantos seres queridos. La vida se nos va apagando lentamente, nos vamos convirtiendo en sombras, susurros, celajes.

Cada vez que alguien que quiero se va intento vestirme de esperanza y disimular el dolor que me embarga. Si no tuviera fe sería inaguantable, pero aunque no me lo ha asegurado nadie, soy de los que cree, que ese Dios tiene que haber diseñado un paraíso donde todos en el amor estaremos fundidos, me lo repito constantemente y me lo creo.

Las despedidas nunca me han gustado, soy llorón profesional, me emociono, me sumerjo en la tristeza y hasta me baño con ella, luego busco un antídoto para poder superarla y sigo adelante pero no es sencillo.

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Cada cierto tiempo alguien muy querido, algunos sin aviso previo, nos sorprenden y dejan este mundo, son golpes para los que nadie está preparado y duelen mucho.

Hoy un amigo ha partido. Recibí la noticia y se me abrió otra herida en mi ya cansado corazón.

Cada mes, y a veces cada semana, alguien de mi entorno se va, la soledad crece dentro de mí y por momentos me sumerge en pantanos emocionales que me trastornan.

Con los años he aprendido a disimular y a intentar entender que es parte de la existencia, pero mi corazón se desgarra y no lo puedo evitar.

Los que llegamos a este estadio de la existencia acumulamos muchas experiencias, por eso ahora que escribo recuerdo a aquel amigo, ya viejo, que un día me dijo: “Espero que el buen Dios me llame pronto, no resisto vivir rodeado de sombras y recuerdos, la soledad de las ausencias es cruel y devastadora”.

Yo, apostando a mi alegría, le dije: “Déjate de tonterías y haz como yo, para que la muerte nos arrebate bailando”.

Entrar al paraíso a ritmo de merengue no está mal. Dios aplaude.

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