Reflexión en días de lluvia

Llueve. Desde mi pequeño balcón veo cómo un aguacero con rabia moja las calles. Algunos árboles de mi barrio se mueven con la brisa y le hacen juego al agua que se desprende del cielo. La lluvia tiene un efecto hipnótico en mí, me gusta la lluvia, disfruto el sonido que produce y verla ondular

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Llueve. Desde mi pequeño balcón veo cómo un aguacero con rabia moja las calles. Algunos árboles de mi barrio se mueven con la brisa y le hacen juego al agua que se desprende del cielo. La lluvia tiene un efecto hipnótico en mí, me gusta la lluvia, disfruto el sonido que produce y verla ondular en el espacio me produce una especie de calma y paz inigualable.

Una tormenta, en lugar de asustarme, me invita a la reflexión, al encerramiento no solo físico sino también espiritual, donde dejo que los pensamientos se desordenen y me conduzcan por el camino de la sueños.

No puedo evitarlo así ha sido siempre. Cuando niño aprovechaba los días de lluvia para encerrarme en cualquier rincón de la casa, aislarme y jugar a lo que me apasionara en ese momento. Bajo la influencia de la lluvia he sido actor, escritor de novelas, poeta, joven enamorado, emprendedor de quimeras cuyos propósitos, supuestamente, me llevarían a conquistar al mundo.

La lluvia también me invita a la nostalgia, algunas veces y sin buscarlo a la tristeza, a evocar a aquellos que ya se han ido y recordar momentos no precisamente de alegría sino de mucho dolor y pena. La lluvia tiene eso, también juega conmigo y desempolva misterios que llevo dentro escondidos, la lluvia es poderosa, milagrosa a veces, inexplicable otras, la lluvia siempre es bienvenida, para mí, señal de vida, una buena compañera.

La existencia es tan corta que cuando estas bendiciones nos empapan, en mi caso, las uso para reencontrarme si estoy perdido. El mundo gira demasiado rápido, y se nos olvida que la lluvia es un recordatorio para que miremos al cielo y encontremos el simple mensaje de la vida y entender que todo tiene final.

La tierra agradece cuando lloran las nubes y responde con sus mejores frutos.

Cuando niño, y viviendo en el campo con mi papá, cuando las gotas golpeaban mi ventana y rebotaban en el techo de zinc imaginaba que eran ángeles que en clave divina enviaban mensajes y una que otra vez creí haber escuchado voces, o un coro especial, o algún grito de alegría.

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La lluvia me invita a soñar, a pensar en ese Dios creador de todo que quizás llora por lo que estamos haciendo los hombres, por las guerras inútiles, por los crímenes impunes, por la corrupción galopante a todos los niveles, por las injusticias como ley de vida, por aquellos que siembran el miedo, por los tantos egoísmos que sumergen a la gran mayoría en una pobreza vergonzosa.

Desde mi balcón la veo caer y siento el silencio y el ruido que producen dentro de mí.

Hoy, sin razón aparente, me siento empapado de esperanza. Un rayo dibuja en el horizonte una sonrisa…

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