Las mañanas de domingo de Freddy Ginebra – El Profe Show

Después de acumular miles de domingos en mi vida, he descubierto que lo que más disfruto de la semana son las mañanas de domingo. No había querido decir nada porque los viernes en la tarde eran una fuerte competencia, y de los sábados -día completo- ni se diga. Hoy, en la serenidad de mi tercera

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Después de acumular miles de domingos en mi vida, he descubierto que lo que más disfruto de la semana son las mañanas de domingo. No había querido decir nada porque los viernes en la tarde eran una fuerte competencia, y de los sábados -día completo- ni se diga. Hoy, en la serenidad de mi tercera edad, estoy totalmente seguro de que las mañanas de domingo ocupan el primer lugar en la preferencia de los días de la semana.

Ya casi no duermo así que me levanto temprano, cuando puedo me escapo al Botánico a caminar, auriculares puestos con la música que necesite para el momento, si estoy en súper paz acudo a los clásicos, cuando necesito animarme un poco de jazz, y cuando amanezco en poesía, apelo a boleros y baladas.

Algunos días solo el sonido de las aves y el ulular del viento, o el sonido de otros pasos, me hacen compañía. Veo las hojas secas en esta temporada caer como una lluvia de clorofila marchita, una luz impresionante se cuela entre los árboles, el silencio es mi socio necesario, se integra a la soledad de mi interior, por momentos la presencia divina me invade y pido por aquellos que más quiero, me he descubierto rezando también por desconocidos o guerras inútiles. En esas mañanas donde la serenidad me invade me comunico con los amigos y familiares que ya se han ido y transformo ese dolor de sus ausencias en encuentros llenos de alegría y remembranzas de momentos inolvidables.

Las mañanas de domingo son para abrazar con más intensidad a los que amamos, hacer planes con los hijos, nietos, visitar a los amigos que más necesitan de compañía, ir a misa a la parroquia de tantos años y revivir el evangelio que cada vez se renueva al escucharlo, pasear por el malecón y divisar el mar esplendoroso que nos rodea, sentir el salitre que nos baña, sabernos isla bendecida, algún barco quizás en lejanía lleno de vivencias que jamás descubriremos, llegar a la zona colonial y dejarse atrapar por la historia de sus calles y monumentos que en discreción absoluta intentan revelar casi todos sus secretos.

El séptimo día el Señor descansó. He llegado a imaginar a mi Dios sentado aquí en el parque Colón observando su gran y hermosa catedral, cantidad de turistas entrando y saliendo, las palomas revoloteando sobre la estatua de Colón, un coro entonándole las más bellas canciones religiosas y unas nubes deseosas de derramar sus lágrimas de alegría por su presencia.

Luego ese Dios, que imagino de pocas palabras, desaparece entre la multitud contagiándose de la alegría de mis hermanos dominicanos. Me atrevo a decir que le gusta el merengue.

Las mañanas de domingo me invitan a fluir sin apuros dejando que los sueños tomen forma y me dibujen un futuro de esperanza…

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