¿En qué nos hemos convertido? – El Profe Show

Una explosión al mediodía transformó la vida de docenas de familias en la esforzada ciudad de San Cristóbal.  Al momento de escribir estas líneas, las causas del siniestro seguían en investigación.  Lo que sí sabemos es que la onda expansiva se llevó de encuentro edificios, vehículos y personas al punto de dejarlos irreconocibles.El resultado de

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Una explosión al mediodía transformó la vida de docenas de familias en la esforzada ciudad de San Cristóbal.  Al momento de escribir estas líneas, las causas del siniestro seguían en investigación.  Lo que sí sabemos es que la onda expansiva se llevó de encuentro edificios, vehículos y personas al punto de dejarlos irreconocibles.

El resultado de la tragedia todavía falta por cuantificar, aunque se habla de más de 27 fallecidos, docenas de heridos y estructuras colapsadas.  El dolor de familias deambulando, buscando en hospitales y entre escombros cualquier información de sus parientes, es desgarrador.

Pero fuera de las imágenes de la situación, en lo que la que la prensa denominó “zona cero”, el público también fue testigo de dos tipos de comportamiento que son espejos de la sociedad en la que nos hemos convertido.

Por un lado, nuestros bomberos y personal de emergencia, siempre dispuestos.  Los fotógrafos nos han mostrado sus caras que reflejan el cansancio y el rigor del momento, la tristeza de los hallazgos y la valentía de hombres y mujeres que ponen su vida en la línea de fuego cada vez que son llamados.

La realidad de los bomberos es penosa.  Solo nos acordamos de ellos en circunstancias difíciles, pero su trabajo no tiene horarios, ni vacaciones, ni precio.  Cuando toca, toca.  Muchos de ellos han perecido en el ejercicio de su labor y a veces la familia no tiene ni para el entierro.  Mal pagados, mal tratados y olvidados cuando la tragedia pierde vigencia mediática.  Sin embargo, ¡cuánto los necesitamos!

Y en el otro espejo, la escoria.  Personas, si pueden llamarse así que, aprovechando la confusión y el pánico, entraron a robar y saquear las casas y los negocios todavía en llamas, poniendo en riesgo su propia vida y quién sabe si sentenciando a otros heridos a una muerte segura.

¿En qué nos hemos convertido?  ¿Qué clase de sociedad puede subsistir si ha perdido la capacidad de sentir empatía y dolor por el prójimo, si solo le interesa lo suyo, aunque tenga que robárselo?  ¿Cuál es el castigo para ese tipo de pillaje?

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No he podido borrar de mi mente la imagen de personas entrando a las ruinas de una sucursal bancaria expoliando equipos y materiales, mientras dentro posiblemente todavía agonizaba la primera víctima identificada de la tragedia y quizás otros compañeros heridos.  Si yo fuera fiscal, los acusara de algo más que robo…

Tampoco he podido olvidar la familia ofendida porque nadie había ido a ayudarles a recoger los vidrios de su casa que explotaron a causa de la onda expansiva.  Que el gobierno había ido en auxilio de otras personas, pero que a ellos nadie les había ofrecido nada…

Sin ganas de repartir culpas, los candidatos y gobiernos de turno han acostumbrado tanto al “dao”, que la gente ha perdido la capacidad de análisis, para decirlo en forma más o menos fina.  ¿Quién puede hacer el favor de explicar a esa señora que su único clamor debiera ser de agradecimiento al Altísimo porque lo único que perdió fue un par de ventanas? 

De esta tribuna, ofrezco mi mayor respeto para los organismos de socorro, para los hombres y mujeres llenos de valor que conforman los diferentes cuerpos de bomberos del país, y mi mayor desprecio para aquellos que han perdido sus instintos humanos más básicos, la empatía mínima necesaria para vivir en comunidad. Espero que todo el peso de la Ley y de los hombres caiga sobre ellos con el mismo nivel de misericordia que ellos mostraron con sus semejantes.

El espejo sigue mostrando dos realidades.  No sé si todavía estamos a tiempo de construir la sociedad a la que aspiramos.

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