Las universidades están en crisis

El fin de semana llegó a mis manos la lista de graduandos correspondiente a la ceremonia de investidura de una de las universidades clasificadas en el top five de la República Dominicana. Lejos de alentarme, lo que vi me dejó intranquilo. Sucede que las menciones de honores académicos eran escandalosamente numerosas. Me tomé el cuidado

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El fin de semana llegó a mis manos la lista de graduandos correspondiente a la ceremonia de investidura de una de las universidades clasificadas en el top five de la República Dominicana. Lejos de alentarme, lo que vi me dejó intranquilo.

Sucede que las menciones de honores académicos eran escandalosamente numerosas. Me tomé el cuidado de contarlas. Solo en algunas carreras, este fue el resultado: en Educación para el nivel primario, de los 15 graduandos, 14 se recibieron con honores, para un 93 %; en Lengua y Literatura orientada a la educación secundaria, de los 26 graduandos, 23 se recibieron con honores, para un 88 %; en Administración Hotelera, de los 31 graduandos, 18 se recibieron con honores, para un 85 %; en Derecho, de los 88 graduandos, 57 se recibieron con honores, para un 65 %; en Gestión Financiera y Auditoría, de los 28 graduandos, 18 se recibieron con honores, para un 64 %; en Ingeniería Industrial, de los 30 graduandos, 18 se recibieron con honores, para un 60 % de los egresados.

Hace veinte años los honores académicos eran distinciones excepcionales. Esa condición ha ido cambiando con un incremento cada vez más significativo de sus menciones aun en carreras de alta exigencia. Solo por curiosidad, hurgué en listas indistintas de graduandos de esa misma universidad en la década de los noventa y el promedio de egresados con honores no llegaba al 15 %.

Para que se tenga una idea de contexto, en los Estados Unidos, por ejemplo, el promedio de estudiantes con honores ronda entre el 20 % y 30 % de los graduandos, según los criterios y selecciones de las distintas universidades.

Es incauto pensar que los universitarios de hoy son más inteligentes, productivos o aplicados que los de otras generaciones. No se ha reconocido ninguna “condición relevante” asociada científicamente al fenómeno, aunque hay que admitir que en las promociones correspondientes a este año y probablemente a las del 2024 el aumento de las titulaciones con honores sea efecto de la virtualidad aplicada durante las restricciones por el covid-19, formato que pudiera incidir en la atenuación de los procesos evaluativos. No obstante, este factor no es concluyente, ya que en las promociones de los últimos diez años se viene advirtiendo una tendencia creciente. Lo lógico es suponer que las universidades han “aligerado” en la práctica las evaluaciones o los estándares de exigencias para mantenerse en el mercado, y eso nos debiera preocupar.

Es un hecho incontrovertido que la calidad de las ofertas no es el principal factor de competencia entre las universidades dominicanas; el precio del crédito educativo y el good will de sus marcas académicas siguen dominando. De manera que, si a la “facilitación” se le suma la desconexión curricular, debemos convenir en que la educación superior precisa de una cirugía mayor.

Prevalece así un desfase cada vez más acentuado entre los pénsums y las estrategias del desarrollo nacional, factores que parecen andar en rutas paralelas. De este modo, mientras las ofertas curriculares en el mundo están empujadas por carreras como Ingeniería Ambiental, Genética, Robótica, Ciberseguridad, Desarrollo de Software, E-commerce Manager, Logística, Análisis de Datos, Marketing Digital e idiomas comerciales (inglés y mandarín), el 45 % de la matrícula de las universidades dominicanas sigue concentrada en Educación, Psicología, Contabilidad, Medicina y Derecho. Solo el 3 % de la matrícula se encuentra en áreas de educación técnica superior.

Debido a esto, Uber recibe cada día más operadores con títulos universitarios. Lo deplorable es que los últimos gobiernos no dejan de ostentar la apertura de centros universitarios de la UASD en distintas provincias, obras construidas sin un análisis sobre la pertinencia curricular o la adecuación de sus programas a las necesidades del área de impacto. Así, lo menos que Pedernales o Independencia necesitan es un contable o un abogado. Y es que todavía se cree que la acreditación social la da una carrera universitaria, cuando, en los Estados Unidos, por ejemplo, solo el 36 % de la población tiene un diploma universitario de cuatro años.

En un contexto global nuestras universidades no son buenas. Solo dos de ellas, el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (Intec) y la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) ocupan un puesto entre las mejores universidades del mundo en el prestigioso QS World University Ranking. Sin embargo, si bien el Intec estuvo en el lugar 55 de las mejores universidades de Latinoamérica, aparece entre las 801 y 1000 del mundo en la versión del 2023 del aludido ranking; la PUCMM, por su parte, está clasificada como la 190 en América Latina y entre las 1201 y 1400 del mundo. El reto es mejorar.

Las universidades dominicanas están en crisis: además de mal preparar profesionales, lo están haciendo de espaldas a los requerimientos del desarrollo nacional. Se impone un reencuentro con su misión social a través de la renovación de su visión estratégica. El entendimiento entre la academia, el Estado y la sociedad es básico en la definición del país que queremos. Recuerdo al científico holandés Edsger Wybe Dijkstra cuando, con acierto matemático, dijo “no es tarea de la universidad ofrecer lo que la sociedad le pide, sino lo que la sociedad necesita”. Yo agrego que la universidad no es una servidora del mercado, es socia del desarrollo.

 

 

Las universidades dominicanas están en crisis: además de mal preparar profesionales, lo están haciendo de espaldas a los requerimientos del desarrollo nacional. Se impone un reencuentro con su misión social a través de la renovación de su visión estratégica.

 

 

 

 

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